Volver a nacer

“Hay días en los que al despertar te das cuenta de que algo no anda bien. Has dormido, pero el cansancio es insoportable. No se tiene motivación, no se quiere ver a nadie ni hacer nada y lo único que antoja es quedarse en el oscuro, silencioso y solitario cuarto. Aún mejor, volver a dormir y despertar hasta que todo mejore. No obstante, no sabemos qué ha causado esto. Todo en nuestra vida parece estar en buen estado: familia, trabajo o estudios, amigos, dinero, amor, felicidad, todo. ‘Qué egoísta que teniendo todo me sienta asquerosamente mal cuando otros la tienen peor.’ Ese pensamiento no se calla en la cabeza, y, lo único que logra es ahondar ese sentimiento de desesperación, melancolía, y, francamente, que el mundo estaría mejor sin nosotros. Pero, el día sigue. Nos levantamos, arreglamos, comemos mucho o poco, y nos dirigimos a nuestra vida cotidiana. Todo continúa normal. Tu sonrisa y personalidad ocultan el dolor inmensurable que se lleva adentro.

Nadie lo ve. Nadie lo sospecha, pues también hay una voz en tu cerebro que no se calla: ‘¡Responsabilidades!’, ‘vas a salir mal en las evaluaciones o te van a despedir’, ‘esto no está perfecto’, ‘lo podes hacer mejor porque aún no está perfecto’, ‘actúa normal porque nadie te va a querer y te vas a morir en soledad’, ‘necesitas perfección’, ‘revisa todo constantemente porque si no se avecina una catástrofe’, ‘será tu culpa y solo tu culpa’, en fin. Es desesperante, asfixiante, agotador, catalizador de ansiedad y no hay nada que haga que se calle. Es un arma de doble filo, porque, a pesar de no querer hacer nada y estar con cansancio, es la ‘motivación’ que te obliga o mueve a hacer las cosas y seguir teniendo el buen desempeño, pero a un terrible costo: el miedo desatado por esa voz te domina y te controla.

 Se hace el intento de silenciar esa voz, pero nada lo hace. Lo único que parece ayudar a calmar la ansiedad es hacer tus rituales de confort como contar, verificar, comerte las uñas, rascarte, etc. Luego, llega el punto en que estas respuestas a los pensamientos ocurren en automático y de manera inconsciente. Así es como se logra sobrevivir, si es que esto es vivir, y llegar a la noche. Tratar de dormir y callar esa voz con miles de pensamientos en espiral que crecen exponencialmente porque una preocupación conlleva a otra totalmente mayor. Finalmente o eventualmente el sueño vence a la voz en tu cerebro. Suena el despertador y ha comenzado un nuevo día, pero las cosas aún no andan bien. Los pensamientos te agotan cada día más, las compulsiones entorpecen tu salud física y las relaciones interpersonales. Cada día que pasa, levantarse y seguir adelante es más difícil. Uno se pregunta cuánto más podrá resistir.”

Lo anterior es la forma más simplificada en la que puedo describir el trastorno obsesivo compulsivo y la depresión como consecuencia de ello en mi vida antes de ser diagnosticada. Eso solían ser mis días por la mayor parte de mi vida. Muchas cosas no hacían lógica en mi vida, y, pasaron sin tener sentido hasta el día que toqué la puerta correcta. Tras muchas visitas médicas, mi neuróloga detectó que mi caso escapaba de su campo, por lo que,  me recomendó ir a una psiquiatra. Nunca había ido a una. En otras ocasiones asistí a un psicólogo, pero nunca me lograban detectar qué sucedía conmigo, quizá porque estaba muy pequeña o porque aún no desarrollaba los síntomas adecuados o porque se confundía con otros padecimientos. Recuerdo ese día que cambió mi vida. Entré a la consulta segura de que me diagnosticarían un desorden de ansiedad generalizada (recuerdo cómo mi neuróloga identificó que yo había padecido tanto tiempo de mi vida ansiedad que yo la había normalizado, es decir, vivía en un continuo estado ansioso y por eso quizá otros médicos no habían logrado encontrar algo más, así que supuse que la psiquiatra sólo confirmaría eso). Así mismo sospeché de una depresión, pues los síntomas coincidían con los cuadros clínicos de depresión. Sin embargo, tras charlar con la Dra., el diagnóstico que me dio nunca cruzó mi cabeza: Trastorno obsesivo compulsivo (TOC, OCD en inglés). Claramente yo no era el perfil estereotipado de una persona con TOC obsesionada por la limpieza y la simetría, pero sí que tenía pensamientos obsesivos e intrusivos junto a compulsiones. Ese día por fin hicieron click tantos momentos de mi vida, tantos sentimientos y experiencias, todo aquello que no tenía un porqué. Ese día fue liberador: comencé a ser menos dura conmigo porque entendí que lo mío no era un simple mal carácter o personalidad, sino que era una deficiencia química en mi cerebro que no podía cambiar ni controlar, solamente aprender a vivir con ella y no dejar que ella me controlara a mí. Así comenzó formalmente mi atención a la salud mental, la cual, en dos años, ha cambiado mi estilo de vida y mi ánimo en formas que en mis casi 23 años de vida nunca había sentido. Sí, aún necesito (que no es lo mismo a depender) de medicamentos psiquiátricos, pero eso no significa que estoy loca o que no puedo funcionar en la sociedad. Es uno de los estigmas que se deben romper. Es parte del camino para cuidarse.

No dejo de tener días malos, la depresión a veces se agudiza, pero pasa en silencio la mayor parte del tiempo. Lo que sé es que hoy tengo muchos más días buenos. Mi TOC sigue, siempre toca la puerta, pero aprendo a abrirla cada vez menos. Sé que nunca me voy a “curar” clínicamente, pues el TOC no va a desaparecer, pero lo que sé es que mi vida si se está curando porque he aprendido a hacer el TOC parte de mi vida y aprender a vivir con él. Todo esto nunca habría sido posible si no hubiese decidido y proactivamente buscado la atención médica correcta. No hay que esperar a que la burbuja reviente o que ya sea muy tarde, pues la salud mental es como cualquier otra enfermedad. Nadie espera que un enfermo se cure con el pasar del tiempo. Nadie se queda sufriendo una apendicitis o una enfermedad crónica sin buscar la atención médica correcta. Nadie, absolutamente nadie, debería ser prisionero de su misma cabeza. Sí, siempre habrá alguien que la está pasando peor que nosotros, pero eso nunca deberá ser una razón para desatendernos a nosotros mismos. Eso nunca será algo egoísta, al contrario, es ser responsables con nosotros mismos porque el mundo está a la espera de que logremos dejar una huella y eso solo lo podemos hacer cuando nos hemos cuidado nuestra salud mental.

 

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