Aprender a soltar

Siempre fui del pensamiento que si algo te dolía, debías buscar ayuda, pero ¿Qué pasa cuando empiezas a experimentar diversos síntomas y nadie encuentra solución? ¿Qué sucede cuando le cuentas a otras personas como te sientes y no logran comprenderlo? Sentimientos encontrados, ganas de llorar todo el tiempo, sudoración en las manos, taquicardia, sentís el cuerpo helado, muchas náuseas, pensamientos suicidas…Eso y otros síntomas más son lo que conocemos hoy en día como “ trastorno de ansiedad”.

Recuerdo que en mi juventud, es decir en mi época del colegio, jamás experimenté nada parecido, pero realmente si me preguntan, no sé en qué momento inició todo, solo puedo decir que hubo un día que comencé a sentir esos síntomas. Me llevaron donde doctores pero no encontraban nada anormal, hasta que a uno de ellos se le ocurrió que debía pasar con un neurólogo, fue aquí donde realmente comenzó este turbulento viaje.

Me realizaron un electroencefalograma, luego una resonancia magnética, luego de una larga plática con el doctor por fin dimos con lo que tenía: trastorno de ansiedad generalizado. Es decir, que cualquier cosa me ponía ansiosa y experimentaba todos esos síntomas en diferentes grados, en algunas ocasiones más fuertes que otras. Fui con ese neurólogo por un año prácticamente,  pero no había mejoría, en una ocasión él me dijo que quizá necesitaba terapia psicológica a lo cual acepté, lo que más quería era sentirme mejor y si esa era la solución pues, adelante.

Pasaron alrededor de diez charlas con la psicóloga cuando observó que no mejoraba, por lo que me preguntó cuál era mi medicamento, le comenté lo que tomaba y pensó que definitivamente el medicamento no era el correcto, recuerdo tan bien sus palabras: “necesito remitirte con una psiquiatra” ¿Qué sentí? Fue impactante, no concebía por qué tenía que ir con ella, quizás por todo el estigma que rodea a los psiquiatras, parece que la sociedad nos ha querido inculcar en nuestra mente: psiquiatra=loco, pero aunque en mi mente tenía estos esquemas de pensamiento, racionalicé, entendí que este paradigma no tenía ningún fundamento de ser, que no es cierto, así que acepté, solo pensé “si esto hará que me sienta mejor, por supuesto que iré”.Fui a mi primera consulta, le expliqué lo que sentía, lo que tomaba y sí, estaba tomando el medicamento que no era, recuerdo tan perfectamente sus palabras: “esto no es más que una etapa, vas a salir adelante”.

Si te soy sincera, a veces pienso que esto jamás va a terminar, sigo medicada, voy a tener alrededor de un año de estarlo. Creo que una parte de mi aún no logra aceptar la situación, quisiera despertar y que todo ello hubiera desaparecido, pero no es así. La ansiedad es algo con lo que debo aprender a vivir, el medicamento te ayuda a regularla, pero, al final del día, soy yo quien decide cómo convivir con ella, y esa es una de las cosas más difíciles de enfrentar y aceptar. Hay días buenos y malos y, si vos padeces esto, sabés que tenés que aceptarlo y dar lo mejor de vos. Existen en mi memoria tantas frases que me han dicho: “relájate”, “ya va a pasar” “no vas a morir de eso” y la que más me ha marcado: “tenés que poner de tu parte” (si supieran que estoy dando todo por seguir en la lucha). Tengo la bendición de contar con ayuda, hay muchas personas que no la tienen y llegan al punto de suicidarse, pero si estás leyendo esto, no estás solo o sola, ánimo, no sos la única persona que se siente así. Tu mente tiene que ser entrenada, lee, hace ejercicio, seguí persiguiendo tus sueños, no dejés de vivir tu vida, porque al final solo es una y nos llevamos lo que hemos vivido. No dejés de luchar, tomá en cuenta a Dios en tu proceso y soltá, simplemente soltá.

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