¿Y ahora qué? La vida después de la peste

Que nadie se deje engañar por el título anterior. La amenaza del Covid-19 no se ha ido a ninguna parte. Sigue acechando silenciosamente a las personas en las calles, en los comercios, en los mercados, en las plazas públicas, en el autobús y en nuestros lugares de trabajo. Por tanto, no debemos ceder terreno ni bajar la guardia en ningún momento, debemos de asumir nuestra cuota de responsabilidad y continuar aplicando todas las medidas profilácticas necesarias para evitar el contagio.

No, la pandemia aún no ha cesado. Todavía continúan reportándose a diario en nuestro país un número considerable de contagios; razón más que suficiente, para que todos mantengamos una actitud de sana prudencia frente a este peligro latente. No, el título de esta publicación no hace referencia a una condición ya lograda, ni siquiera una tan intensamente anhelada como es la remisión total de la presente Pandemia; sino más bien hace referencia al momento presente, una suerte de preámbulo de esta meta. La llamada “Reapertura económica” (cómo si la economía fuese lo único que se enfrenta al reto de volver a empezar) nos ha colocado frente a un escenario confuso, ante una Realidad bastante desdibujada, una imagen borrosa y hasta surreal del mundo que dejamos meses atrás ante la necesidad de preservar nuestras vidas y las de nuestra familia.

Por esta razón, me parece, que una de las preguntas más importantes que podemos hacernos en este momento; nosotros, la generación que nos tocó vivir esta Pandemia, es: ¿Y ahora qué? Y para responder a esta pregunta me gustaría recurrir, so pena de ser juzgado por mi falta de originalidad, a las ideas y reflexiones de uno de los filósofos y literatos más brillantes de la primera mitad del siglo XX, cuya luz fue trágicamente sofocada de manera prematura. Hablo del premio Nobel de Literatura, Albert Camus.

La cuarentena me brindó, por un lado el tiempo, y por otro el contexto idóneo, para sumergirme entre las páginas de una de los textos más célebres del francés: La Peste. La novela, que Camus comenzó a escribir en 1941 y que finalmente viera la luz en 1947, narra los sucesos ocurridos en Oran, una prefectura francesa en las costas de Argelia, en donde en buen día de tantos, en medio de la costumbre, el hábito, la monotonía y la indiferencia de sus habitantes, la peste toma por sorpresa a la ciudad. Una mar de ratas comienza a brotar de entre las entrañas de la ciudad, tambaleándose y retorciéndose como intoxicadas, rebotando contra las paredes de los edificios y comercios de aquella ciudad hasta finalmente caer muertas sobre un rastro de su sangre. Por supuesto, que, a los pocos días que está grotesca y perturbadora imagen se repitiese cada vez más, los ciudadanos de Oran tuvieron que comenzar a sortear entre sus pasos la enorme cantidad de ratas muertas que les salían al encuentro en su camino.

Tras algunas semanas, el Dr. Bernard Rieux, protagonista de la historia, y quien hasta el momento se había mostrado sumamente vacilante y desconcertado, acabará por diagnosticar el primer caso de peste en la ciudad con lo cual quedaban confirmadas todas sus sospechas. Así, comienza una historia llena de dolor, tragedia, muerte y frustración; pero también de valor, humanidad, reflexión y transformación. No deseo estropear a nadie la historia. De hecho, invito al lector a poder hacerse con una copia del texto y poder conocer el resto de la trama y el desenlace de la historia. Sin embargo, si puedo mencionar, sin temor a caer en demasiados “spoilers”, que en ella encontrarán una imagen, ahora familiar, para todos aquellos que hemos vivido en tiempos de “peste”.

En la historia podrán encontrar personas sumergidas en su cotidianidad, tomadas, por no decir asaltadas, completamente por la irracionalidad e inclemencia propias de la peste. Personas incrédulas de toda la situación que se levanta delante de sí, intentando negar la gravedad o siquiera la duración de aquel mal. Encontraran también situaciones harto familiares, como las medidas de contención tomadas por la prefectura, tales como las cuarentenas domiciliares y sectoriales, la suspensión del comercio, el asilamiento preventivo, la dosificación de los servicios públicos, las restricciones en la movilización y la suspensión de los medios de transporte público. También podrán reconocer algunas escenas como la transformación de escuelas y oficinas en hospitales improvisados y la ocupación de estadios como centros de contención preventivos. Podrán leer acerca de la movilización de la policía y los cuerpos de paz para restringir el ingreso y la salida de la ciudad o la conformación de equipos sanitarios cuya misión es la de intentar contener la propagación de la enfermedad. 

También podrán encontrarse referencias a los desesperados intentos por encontrar una cura a la enfermedad. La creación de un suero que procuré inocular a los portadores de la peste así como el desbordamiento de un modesto sistema de salud. Encontraran personajes profundamente afectados por la epidemia, separados de sus seres amados, ya sea por culpa de la distancia que los divide o porque la peste se los arrebató de los brazos. Personajes que han visto en la peste una oportunidad inmejorable para lucrar con ella y que anhelan jamás verla partir. Personas consternadas por el desempleo y la creciente escasez de alimentos, personas intentando desesperadamente y por todos los medios huir del encarcelamiento involuntario. Veremos a todo un pueblo hundirse en una vorágine de indiferencia, miedo, tristeza, apatía e incertidumbre que raya con la desesperanza. Pero también, veremos, a este mismo pueblo antes doblegado y casi desahuciado; levantarse y sobreponerse a la peste.

Familiar, ¿verdad? Extraña y dolorosamente familiar nos resulta toda esta trama de una novela escrita hace ya más setenta años, y cuya lectura, hace no más de unos cuantos meses atrás, seguramente no nos hubiese procurado ningún tipo de impacto personal.

Por supuesto que, para Camus, la peste, ocupaba en su relato una función metafórica. Camus, no tuvo jamás ocasión de experimentar durante su corta vida los efectos de una epidemia real. Más bien, fue su meticuloso y elaborado estudio acerca de las distintas plagas y epidemias que han atacado a la humanidad a lo largo de su historia, sumado a su propia genialidad y a la profundidad de su pensamiento; que Camus logró concretar una obra que hoy día podemos tildar, cuanto menos, de profética.

Para Camus la peste tiene un valor amplio que puede resultar un tanto ambiguo, pero no por ello carente de significado. Dijéramos que para Camus, representa todo aquello que puede llegar a nuestras vidas, y de un zarpazo, destrozarlo todo. La peste es todo aquello que amenaza con desbaratar nuestro mundo, todo aquello que damos por hecho y con lo cual nos sentimos cómodos. La peste es el némesis de la estabilidad y la sensación de seguridad con la cual los seres humanos conducimos nuestras vidas la mayor parte del tiempo. Es indiferente al final si esta perturbación es producida por un bacilo, por una bala, por un accidente automovilístico o por un acto del Destino.

¿Cuantos de nosotros hasta antes de la Pandemia por Covid-19 teníamos esta impresión acerca de nuestra propia vida?, ¿Cuántos de nosotros nos sentíamos invulnerables, seguros, intocables?, ¿Cuántos sentíamos tenerlo todo bajo control?, ¿Cuántos dábamos todas las cosas por hechas?… y luego de los últimos meses de nuestra vida, ¿Cuántos de nosotros podríamos afirmar que seguimos sintiéndonos de esta forma?

Parafraseando a Camus, diría entonces, la peste no tiene mantenimientos con nadie. La peste no repara en los aspectos banales que suelen recubrir la subjetividad de las personas. La peste no hace distinciones de ninguna naturaleza. Afirmación, que, creo ha quedado ampliamente demostrada alrededor del mundo. A todos, tarde o temprano, de una u otra manera, la peste termina por alcanzarnos. Este 2020, simplemente, lo figurado y lo literal tuvieron ocasión de encontrarse en el mismo camino. La vida nos sacudió a todos, nos dio un vuelco, hemos tenido que llorar la despedida prematura de aquellos a quienes amábamos, hemos tenido que renunciar, definitiva o temporalmente, a muchos de nuestros planes y proyectos, hemos tenido que sobreponernos a la adversidad del desempleo, la soledad, el aislamiento, la incertidumbre y sobre todo al peor de todos los males: al miedo. Y casi sin tiempo para poder procesas y elaborar los eventos ocurridos, no sólo a nivel local, sino mundial, nos vemos forzados a regresar a una “normalidad simulada”. No, es imposible que las cosas vuelvan a la normalidad. Porque el mundo que encontramos ya no es aquel que dejamos.

“Tarrou creía que la peste cambiaría y no cambiaría la ciudad, que sin duda, el más firme deseo de nuestros conciudadanos era y sería siempre el de hacer como si no hubiera cambiado nada, y que, por lo tanto, nada cambiaría en un sentido, pero, en otro, no todo se puede olvidar, ni aun teniendo la voluntad necesaria, y la peste dejaría huellas, por los menos en los corazones”.

Considero un acto de crueldad, por no decir de verdadera maldad, que las personas tengan que volver a esta normalidad sintética, artificial, sin antes darnos la oportunidad de elaborar cuantos asuntos pendientes tengamos en nuestro interior. Personalmente, no he tenido que llorar la perdida de ninguno de mis seres amados, sobrellevar el estrés de la perdida de mi empleo o la angustia de no poder proveer lo necesario para mi hogar. Pero esto es sólo una abstracción, para ponerlo en palabras de Camus. Mi historia es apenas una de tantas que se disemina entre millones más. Sin embargo, sí que he tenido oportunidad para acompañar a varios de aquellos con quienes la peste ha sido mucho más despiadada y les ha golpeado con mayor dureza.

¿Y ahora qué?, ¿qué sigue?, ¿cómo se supone que hemos de levantarnos de este golpe?

Para decepción del lector debo de reconocer que no tengo una respuesta a esa pregunta. Al menos, no una definitiva. Quizá porque en realidad no exista tal respuesta. Dudo de la existencia de una respuesta universal que se acomode bien a todos y cada uno de los lectores con los que puedo conectar a través de este breve artículo. Sin embargo, me siento un poco en la necesidad, y otro poco en el deber de dejar al menos una propuesta, y de una propuesta concebida a partir de la salud mental.

Por supuesto que la salud mental no deja de ser en sí misma una abstracción. No deja de ser una conceptualización arbitraria y limitada de una dimensión mucho más amplia. Normalmente concebimos el núcleo de la salud mental en términos de “sentirse bien”, o más bien de “no sentirse mal”. Términos válidos, ciertamente, pero no necesariamente definitivos. Existe aún una dimensión que me parece por lo menos igual de importante que las anteriores, a saber, la capacidad y la fuerza de afrontar y tolerar el dolor como parte inevitable de la vida. O para ponerlo en palabras de Carl Jung: “adquirir firmeza y paciencia frente al sufrimiento”. Una idea con la cual, dicho sea de paso, considero que hasta el propio Camus estaría de acuerdo.

Ahora bien, ¿cómo poder entender esta idea de la fortaleza frente al dolor? Bien, primero que nada, tengamos cuidado de caer en la trampa de intentar encontrar un sentido último a todo lo que hemos vivido. De hecho que con frecuencia, muchas personas que han atravesado por una pérdida significativa, tal como la muerte de un ser amado, el despido, proyectos desmoronados, etc. suele sentirse sumamente incomodos, cuanto no directamente ofendidos, cuando alguien intenta persuadirlos de encontrar un sentido superior a su perdida. ¿Cuál es el sentido detrás de haber perdido a mi madre, esposo, hijo, amigo? Por su parte Camus respondería con un contundente: ¡ninguno! Por tanto, no nos obliguemos a llevar la carga de encontrar un sentido superior a algo que probablemente no lo tiene. No hagamos más difícil la tarea que tenemos por delante. Comprendamos que la peste es irracional, es como un ladrón que asalta por la noche y que no tiene predilección personal alguna por nadie.

¿Significa esto que debemos entonces abandonar todo sentido de aprendizaje ya que es una situación completamente absurda? En absoluto. De hecho que esta idea es una mera extensión del sistema de pensamiento de Camus. Para Camus la vida no tiene ningún sentido propio. La vida carece de cualquier intencionalidad trascendente, y de hecho llega a considerar que el universo nos ve con cierta indiferencia a todos. Palabras fuertes, lo sé, pero llenas de un humanismo crudo. Ahora bien, no se decepcione nadie, esta es apenas la primera parte de la fórmula. Sí, dirá Camus, la vida no tiene sentido, pero no por ello deja de valer la pena que la vivamos y busquemos cada día la felicidad.

Para Camus puede que la vida no tenga ningún sentido último, opinión con la cual el lector es libre de poder coincidir o diferir, pero no por ello impide que seamos nosotros quienes intentemos encontrar el significado hasta ahora ausente.

“- Sí – asintió Tarrou -, puedo comprenderlo. Pero las victorias de usted serán siempre provisionales, eso es todo.
Rieux pareció ponerse sombrío.
– Siempre, ya lo sé. Pero eso no es una razón para dejar de luchar.”

Por tanto, nos encontramos todos ante una oportunidad tanto invaluable como necesaria. La oportunidad de decidir cada uno de nosotros que hacemos con todo el sufrimiento, el dolor, la angustia, el miedo y la frustración que hemos padecido bajo los embates de la peste. Por su parte, Camus, nos ofrece la siguiente alternativa:

“Todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo”.

Todos nos encontramos ante la necesidad de asimilar todo aquello que la peste nos ha robado, o que ha hecho tambalear dentro de nosotros mismos. Todos tenemos la oportunidad de aprender, de crecer y de salir fortalecidos de nuestra propia peste, al igual que los habitantes de Oran de quienes somos hoy también conciudadanos. Tenemos el poder de hacer que nuestros días más difíciles, que nuestras pérdidas, nuestros temores y nuestra lucha por sobrevivir y por salvar a los nuestros; se conviertan en el origen de nuestra fortaleza. Y sobre todo, tenemos el poder de transformarnos a nosotros mismos. De transmutar nuestra experiencia en aprendizaje. Tenemos hoy, pues, dos caminos entre los cuales debemos de elegir, y la vida nos hará elegir aunque no queramos; podemos elegir entre continuar viviendo a la deriva de la vida, seguros de cada paso que damos, ignorando nuestras angustias, nuestros complejos, nuestros defectos. Haciendo caso omiso del hecho que pertenecemos a una realidad mucho más grande y que sobrepasa nuestra individualidad como personas.

O podemos optar por salir transformados de la peste. Podemos optar por hacerle frente a sus oleadas demoledoras y aprender, cada uno, desde su propia versión, desde la propia realidad que la peste le haya hecho confrontar, y salir renovados. El mundo, no volverá a ser el mismo luego de la peste, entonces ¿por qué deberíamos nosotros de continuar siendo los mismos de antes? Cada uno de nosotros debe de tomarse el tiempo para evaluar su propia historia de la peste, sus propias consecuencias y sus propias secuelas. Y así, al final, ser capaces cada uno de nosotros de encontrar el propio y personal significado de nuestra experiencia. ¿Continuaremos siendo la misma sociedad pre-pandemia? O haremos un verdadero ejercicio de autoconsciencia y nos atreveremos a ver directamente al “otro” reflejado en el espejo, a esa imagen borrosa de nosotros mismos que pocas veces nos atrevemos a atender.

Camus, en reiteradas ocasiones a lo largo de su escrito, establece que el único propósito que podemos encontrar en la peste es el de recomenzar. El fin de la peste, es que podamos tener ocasión de recomenzar. Seguramente que esta conclusión no llegó sin antes ser objeto del escrutinio escrupuloso de Camus. Bien es sabido que no se le conoce por ser un autor precisamente optimista. Y quizá ese es en parte el gran valor que tiene esta decisión. Que aún una persona del calibre intelectual de Camus, que lidiaba con una enorme cantidad preguntas existenciales, que gozaba de flirtear estéticamente con la figura del suicidio, y cuyo sistema de pensamiento nos refiere al Absurdo de la vida… aún, alguien como él, fue capaz de encontrar su propio sentido a la peste.     

Re, prefijo que acompañando al verbo equivale a “volver a”, por tanto: volver a comenzar. No necesariamente desde el mismo sitio en que nos quedamos meses atrás, de hecho que es probable que para muchos ese sitio ya ni quisiera esté disponible. Sino, más bien, la necesidad de reencontrarnos con nosotros mismos y de reinventarnos. Recomenzar, hoy podemos y debemos recomenzar. Depende de cada uno de nosotros lo que hagamos con este nuevo comienzo.

Quisiera finalizar con una de las ideas más interesantes que Camus plasma en su obra:

“ Mais il faut cependant que je vous le dise : il ne s’agit pas d’héroïsme dans tout cela. Il s’agit d’honnêteté. C’est une idée qui peut faire rire, mais la seule façon de lutter contre la peste, c’est l’honnêteté”.

“Sin embargo, es preciso que le haga comprender que aquí no se trata de heroísmo. Se trata solamente de honestidad. Es una idea que puede que le haga reír, pero el único medio para luchar con la peste es la honestidad”.

Honestidad. Con nosotros mismos, en principio. Honestidad para trasformar nuestros miedos en valor, para descubrir y aceptar quienes somos (y también quienes ya no somos más) para asumir todo lo que podemos y debemos mejorar en nosotros mismos. Honestidad para buscar dentro de nosotros la fortaleza necesaria para reconocer todo aquello que nos supera y con lo cual necesitamos ayuda; honestidad y responsabilidad para asumir nuestros errores, para aceptar cada una de las experiencias que han dejado huella en nuestra vida; para ser capaces de encontrar en nuestro interior el coraje suficiente para resurgir de nuestro dolor y convertirlo en una fuerza impulsora de renovación. En suma, ese tipo de honestidad que es capaz de poder transformarnos.

¿Estás listo para recomenzar?     

 

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

 

CAMUS, A. (2019). “La peste”. México: DEBOLSILLO.     

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