“En las profundidades del invierno finalmente aprendí
que en mi interior habita un verano invencible.”
Albert Camus
Si colocamos el título de este post “trabajo y estrés” en un buscador, sin duda obtendremos una enorme cantidad de páginas, algunas con técnicas, otras con estudios científicos, testimonios, muy posiblemente algunos blogs, y así, un sinfín de respuestas. Vale la pena aclarar- entonces- qué es el estrés y sus diferentes manifestaciones. Sin mucha necesidad de hablar de síntomas o padecimientos, no es extraño que hoy en día todo termine siendo culpa del “estrés”, el dolor de espalda, la gripe durante los exámenes y así sucesivamente, no quiero desmeritar esas ideas, solamente analizarlas un poco más.
En esta ocasión vamos a analizar el estrés desde la psiconeuroinmunología (término largo y pomposo) de Robert Ader, Nicolas Cohen y David Felten en 1981 (citados en Solomon, 2001), esta idea se refiere al estudio de las interacciones entre los factores psicológicos, el sistema nervioso y el sistema inmunitario, es también un campo que investiga la interacción mente-conducta-sistema inmune y sus consecuencias en mecanismos biológicos subordinados a las influencias psicosociales como comienzo y curso de resistencias inmunológicas. (Solomon, 2001).
Los meta análisis plantean la importancia de reconocer el tipo de estrés, es decir, no existe un “estrés” sino más bien diferentes tipos de estrés, y, sobre todo, diferentes estilos de respuesta ante el estímulo que catalogamos como estresante o amenazante. El estrés de corto tiempo tiende a mejorar nuestra función inmunitaria en contraste al estrés de tiempo largo, donde podemos encontrar alteraciones en el cuerpo, algunos autores hablan sobre un tipo de estrés tóxico y, su contraparte, el estrés no tóxico. En realidad, todo genera estrés, cambiar de postura, levantarse, tener que conducir a un lugar (tomando en cuenta el tráfico de nuestro país), un estimulo estresante o un estresor altera el equilibrio en un ser humano, activando las estructuras y sistemas necesarios en el cuerpo para obtener la respuesta adecuada. Debemos recordar que los estímulos para nosotros, no siempre son algo neutral (en palabras un tanto Pavlovianas), al contrario, tendemos a interpretar el mundo que nos rodea y los estímulos que lo forman, a eso le llamamos percepción, así, cuando aparece un estímulo también emergen interpretaciones, que implican un análisis, donde está involucrada nuestra memoria, nuestros conocimientos previos, y claro, un componente emocional. En consecuencia, interpretar y desarrollar una evaluación de los estímulos es una respuesta necesaria para responder ante las situaciones. (Pinel, 2010)
El estrés de largo tiempo, puede vulnerar el sistema inmunitario, existe una respuesta de parte del eje hipofisiario-suprarrenal que involucra la producción de glucocorticoides y adrenalina, los cuales son recibidos por los linfocitos T y los linfocitos B, aparte del famoso sistema “fight or flight” (pelea o huye) que sirve como respuesta al estímulo amenazante (Pinel, 2010). Este mecanismo de respuesta ha permitido la sobrevivencia de nuestra especie por varios milenios, se imaginan ¿qué sucedería si no respondemos al estrés? Los resultados serían fatales. Sobre este tema, Christopher Bergland (2013) en la revista Psychology Today, nos habla sobre un efecto dominó, cuando hay niveles altos de cortisol en el cerebro (hemos interpretado un estímulo como amenaza), este efecto propicia una disrupción en la regulación del sistema sináptico –en español– esto puede traducirse en una reducción notable en nuestra sociabilidad y la interacción que tenemos con otras personas, propiciando el aislamiento; cuando se presenta el estrés crónico existe también una tendencia a incrementar nuestra receptividad al estrés, es decir, estamos más propensos a evaluar cada estímulo como amenazante, el mismo autor se refiere a un incremento de actividad en la amígdala (una estructura cerebral mayormente encargada de procesar estímulos catalogados como negativos), y así, se va presentando el efecto domino, entre amígdala-hipocampo, creando un círculo vicioso de predisposición, emergiendo el sistema “fight or flight”, sin olvidar las alteraciones y riesgos cardíacos, problemas en la presión arterial, en el sistema digestivo, excretorio y reproductivo.
Conociendo un poco acerca de los riesgos que plantea el estrés tóxico, crónico y sostenido por un tiempo largo, hablemos un poco del trabajo, en contexto, las tareas y responsabilidades que un oficio conlleva deberían responder a las capacidades del individuo, su ambiente y sus recursos orientados a abonar al desarrollo satisfactorio de las asignaciones que la empresa/institución le ha dado, tomando en consideración sus aspiraciones, capacidades, las famosas “competencias” y las necesidades y metas de la empresa, pero ¿es así? O ¿en realidad nos referimos a un discurso que ya parece una utopía de la dimensión organizacional? ¿qué tanto nos desarrollamos en el trabajo? ¿existen diseños y programas de carrera a largo plazo en nuestro ambiente? Es posible que sí, aunque no es de extrañar, conocer hombres y mujeres que a pesar de laborar diez o veinte años en el mismo lugar, mentalmente renunciaron hace muchos años, siguen de forma automática, y la idea de crecimiento y desarrollo aparece como el fantasma de una fantasía que abandonaron con la llegada de la sobrecarga, el maltrato, la duplicidad de mando, el acoso, la falta de visión y desarrollo de personal, el ambiente tóxico, la ausencia de ética entre compañeros y compañeras, la falta de cortesía y confianza profesional, la tiranía, el abuso de poder y otro sinfín de síntomas clásicos de un ambiente nocivo en el trabajo. La respuesta común y corriente, o más bien, la respuesta clásica (vieja confiable) es: en todos lados es así.
Si esa última respuesta es correcta, vale la pena preguntarse ¿tiene que ser así? ¿es eso lo más que podemos aspirar en el mundo laboral? Tengo la idea de que podemos hacer más, aunque no es de extrañarse que en muchos lugares existan intentos por medir o hablar de “burn out”, hace un años con mis ahora colegas, hablábamos del síndrome de agotamiento profesional, sin entrar en debate acerca del término más adecuado (o más de moda), sabemos que un individuo estresado, quemado o agotado profesionalmente, presenta síntomas, descuidos en su persona, en su entorno, en sus responsabilidades, o bien, en el único lugar que no puede mentirle: su cuerpo. El síntoma será resultado de un fracaso en los esfuerzos de adaptación, y ese fracaso sostenido en el tiempo, activa, refuerza o consolida el efecto domino que mencionamos anteriormente, y el individuo seguirá presentándose, día a día, marcando la misma tarjeta, soportando el mismo ambiente, moviéndose en una espiral descendiente para su estado de salud, física y mental.
¿Qué hacer? Primero, el individuo debe buscar apoyo, profesional y en su red de personas significativas, dialogar con la empresa/institución en muchos casos puede ser de utilidad, aunque en la mayoría la valoración del recurso humano sea mínima o casi nula, invertir lo menos y exigir más parece la receta común en nuestro contexto. Segundo, la empresa/institución puede comenzar por tener la voluntad y el compromiso de invertir en su recurso más valioso: el humano. Invertir en la salud mental, ya sea en modalidad de intervención o prevención, no es botar el dinero, es enviar una señal de interés orientado al desarrollo integral de las personas que conforman una empresa o institución; crear y mantener programas de intervención en salud integral también es parte del crecimiento de la empresa, no basta con dar seis o siete talleres en el año, sean de autocuido, de trabajo en equipo, o bien, de posturas favorables para el escritorio,no, es necesario acercarse a cada miembro y conocer sus necesidades, crear diagnósticos que puedan servir como punto de partida para trabajar y desarrollar ese recurso humano que es tan valioso, profundizar en los ritmos y horarios de trabajo, y así sucesivamente. Solo el hecho de escuchar ya es bastante, recordemos, los primeros consumidores de nuestra empresa, institución o negocio, son las personas que trabajan en él.
Mientras escribía este post, escuchaba: Sigur Rós,
El disco: með suð í eyrum við spilum endalaust
Referencias bibliográficas.
Bergtland, C. (2013) Cortisol: Why the “Stress Hormone” Is Public Enemy No. 1. Psychology Today, Recuperado de: https://www.psychologytoday.com/ca/blog/the-athletes-way/201301/cortisol-why-the-stress-hormone-is-public-enemy-no-1
Pinel, J. (2010) Biopsicología. Capítulo 17 Biopsicología de la emoción, el estrés y la salud. McGraw-Hill: España
Solomon, G. (2001) Psiconeuroinmunologia sinopsis de su historia, evidencia y consecuencias, segundo congreso virtual de psiquiatría. Interpsiquis. Mesa Redonda: Psicosomática