En esta entrega vamos a hacer una revisión en torno al término “histeria”, un término que inicialmente surge para explicar un conjunto de síntomas mentales aparentemente exclusivos a las mujeres, y que luego poco a poco se instalaría en el imaginario colectivo como un término cotidiano para denominar ciertos comportamientos. ¿Ya has usado la palabra “histeria” antes? ¿De qué manera? En este post te explicamos los significados detrás de la misma.
Cuando lees la palabra “coronavirus”, ¿qué es lo primero que sientes y piensas? ¿crees que esto que sentiste y pensaste ahorita hubiera sido lo mismo que si esta misma palabra la lees en el 2018? Me atrevería a pensar que, para muchos, los sentires y pensares serían abismalmente distintos. Esto a pesar que estos tipos de virus fueron descubiertos y denominados así desde 1966.
Nuestra relación con las circunstancias, objetos y personas que nos rodean está altamente determinada por el conjunto de significados que creamos respecto a ellos, y esto lo hacemos a través del lenguaje. Nuestra forma de relacionarnos con un virus y, por tanto, de evocar emociones y pensamientos a partir del nombre del mismo, ha cambiado radicalmente a partir de cómo significamos con el lenguaje nuestra experiencia con la pandemia.

Ciertas corrientes de la psicología denominadas constructivistas afirman que gran parte de las “realidades” que tenemos como seres humanos surgen a partir de cómo significamos todo aquello con lo que interactuamos. En palabras simples: el término “coronavirus” en el 2018 era para muchos desconocido, inexistente en nuestros diccionarios mentales; ahora es un término que implica otros términos como pandemia, muerte, crisis económica, enfermedad…o para otras personas términos como conspiración, mentira, fraude, dominación mundial. Pues todos estos términos, a pesar de lo disímiles entre sí, guardan algo en común: todos remiten a palabras que tenemos en nuestro lenguaje y que significan algo para nosotros.
El lenguaje pues, significa realidades en nuestra mente. La realidad coronavirus, para una persona que vio fallecer a un familiar a causa de ello es distinta, aunque con ciertos rasgos comunes, a la de los primeros laboratoristas que tuvieron contacto con el primer tipo de estos virus.
Desde esta perspectiva y retomando ciertos postulados constructivistas, no es que estamos negando una realidad fuera de nosotros, pero sí debemos reconocer que al acceder a ella inevitablemente la moldeamos a través de nuestros significados, y esto ocurre en gran medida a través del lenguaje. Una de estas realidades que significamos es la realidad de los padecimientos mentales: no son los mismos ni significan lo mismo para cada cultura, grupo, etc.

Así, habiendo estudiado en El Salvador, en el siglo XXI, sobre padecimientos mentales, puedo rápidamente decir el nombre de al menos 5 autores hombres cuya obra estudié en la universidad; pero la cosa cambia muchísimo cuando pienso en 5 mujeres. Si tomamos en cuenta entonces que la realidad de los padecimientos mentales es enseñada en el país mayoritariamente a través de las perspectivas de hombres, pudiéramos decir entonces que la realidad de los padecimientos mentales que aprendemos y reproducimos es una realidad significada desde el pensamiento masculino; es decir, desde una visión parcial de la psicología, una ciencia que además día con día se sigue modificando y corrigiendo a sí misma.
Reconocer lo anterior es clave para comprender que los términos psicológicos que estamos usando están construidos y significados, justamente, a partir de conocimiento científico masculino, y por lo tanto es un lenguaje con significados masculinos entremezclados. En este post pues vamos a hablar sobre un término que en sus orígenes hizo alusión a una enfermedad mental estudiada exclusivamente por hombres, pero atribuida casi exclusivamente a las mujeres; un término que aún hoy en día a pesar de que ya no tiene validez diagnóstica, se sigue usando de forma peyorativa hacia las mujeres: la histeria.

Los orígenes del término histeria se remontan a finales del siglo XIX cuando el neurólogo Jean-Martin Charcot intentó explicar ciertos cuadros sintomatológicos que pretendían estudiar y comprender a través de la hipnosis. La académica estudiadora de temas en torno al género y la maternidad, Cecily Devereux (2014) destaca que, si bien inicialmente Charcot comenzó a estudiar la histeria en hombres, empezó a realizar demostraciones públicas de hipnosis solo con mujeres. Demostraciones públicas que hoy en día sin pensarlo nos escandalizarían por nuestros estándares éticos en salud. En aquella época, en su realidad, esto era significado como normal.
Pero quienes popularizarían la histeria como cuadro clínico femenino serían dos de los llamados padres del Psicoanálisis: Sigmund Freud y Joseph Breuer. Es a partir de sus escritos que se empiezan a generar una serie de significados en torno a las causas de este padecimiento aparentemente femenino; significados que van desde posibles traumas sexuales en la infancia de la mujer, o deseos sexuales insatisfechos o reprimidos, ideas altamente popularizadas en el boom del psicoanálisis.

En 1980, con la tercera edición del DSM (el manual de diagnósticos mentales por excelencia), el término “histeria” ya no es comprendido como una enfermedad clínica como tal y si la persona busca dicho término, el manual remite a otro tipo de fenómenos mentales que, esos sí, tienen validez clínica hasta el día de ahora, como lo son los trastornos de conversión o los disociativos, ambos padecimientos no exclusivos a las mujeres.
Es así como la histeria pasaría a ser, más bien, un término coloquial que se desliga de la “conversión histérica” como término clínico y que hará referencia a múltiples actitudes, características o rasgos. Un ejemplo de esto es el término “histeriquear”, que se refiere a provocar sexualmente a alguien “haciéndose del rogar”. ¿Y a quiénes suele asociárseles este acto? Pues, nada más y nada menos que a las mujeres, cuando se piensa que se visten o actúan de cierta manera “provocando a los hombres”. Es así como existe todo un imaginario colectivo que aún a pesar de los años asocia el término histeria a ciertos actos y comportamientos de las mujeres. Desde esta perspectiva, pues, no fue sorpresa para mí el leer en los posts sobre la marcha del 6 de marzo por la Conmemoración del Día Internacional de la Mujer, múltiples comentarios que asociaban las palabras mujer, feminista, e histérica.
Incluso dirigentes políticas utilizan este término como adjetivo peyorativo para calificar a las mujeres que se manifiestan, véase nada más el tuit publicado por la senadora colombiana María Fernanda Cabal para la manifestación del 8 de marzo en su país:
¿Por qué tienen que comportarse como delincuentes para luchar por sus derechos? No hay justificación para la histeria de las feministas. https://t.co/fqsrAMZogu
— María Fernanda Cabal (@MariaFdaCabal) March 9, 2022
Ahora ya sabemos qué significados están detrás del tweet de la senadora, aunque como suele suceder en el uso del lenguaje, quizás ella no estaba enterada de todo el conjunto de significados que sus palabras están reproduciendo. Significados que remiten a patologizar ciertos comportamientos reprochables por esta sociedad, comportamientos que en la Edad Media llevaron a la quema de mujeres tildadas como “brujas”; comportamientos que en siglo XIX se comprendieron como patología de mujeres. Y a pesar de ello el término sigue vigente.
El término aún hoy en día se sigue reproduciendo en nuestras conversaciones cotidianas para calificar de manera negativa ciertos actos que no nos agradan en las mujeres. Actos que implican el ejercicio del derecho a la libertad, como lo es vestirse como una desee sin preocuparse por ser violentada, hasta actos de implicación política como lo es una manifestación para reclamar derechos. Pareciera entonces que lo que quemamos, patologizamos o criticamos es todo acto que esté fuera de la norma de lo que se espera socialmente de las mujeres, ya sea porque no lo comprendemos (así como los primeros analistas de la historia), o porque no nos agrada (tal cual como las personas que tacharon de “histéricas” a las manifestantes).
¿Ya has usado antes la palabra “histérica” para referirte a una mujer? ¿con qué significado usabas el término? ¿con qué intención? Ser un poco más conscientes del lenguaje que usamos, de los significados que reproducimos con él, y del por qué llamamos como llamamos a las personas, es crucial para crear sociedades más informadas y conscientes, pero sobre todo más justas y humanas. Cerramos este post entonces destacando las palabras de Cecily Devereux, quien se cuestiona qué implicaría significar y comprender a la mujer en términos distintos a los históricamente acostumbrados:
De no objetualizar a las mujeres cada 152 segundos a una forma de abuso sexual, mientras las acusamos de “histeria”, o de poseer una patología nueva pero idéntica, cuando se oponen a un sistema que las hace vulnerables al abuso, precisamente por los términos con que se valoran: como figuras cuyo valor se sitúa en el útero…
-Fragmento del artículo “Hysteria, Feminism, and Gender Revisited: The Case of the Second Wave”. 2014. Traducción propia.
¿Qué significaría dejar de llamar histéricas a las mujeres que defienden sus derechos, y en cambio detenerse a pensar en qué derechos fundamentales se le están negando al punto de salir molestas a las calles a manifestarse, de hacer eco en redes sociales, y de simplemente no quedarse calladas hasta ser escuchadas y no irrespetadas por proclamarse? Nos vemos en la siguiente entrega.
P.D: si bien ahora la histeria no tiene vigencia como padecimiento mental, sí que es cierto que los padecimientos mentales vigentes tienen un componente de género que se traduce en mayor propensión de las mujeres a ciertos cuadros clínicos como la depresión. Al respecto ya hemos hablado de esto en otro espacio, clic aquí por si es de tu interés.
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